viernes, 19 de enero de 2007

QUIEN LO HUBIERA DICHO?

Te juro que si no me hubiese ocurrido hubiera creído que todo esto lo ví en una película! Que fue un gag pensado y preparado siguiendo todas las técnicas conocidas de los gags.

Eso es lo que tiene de bueno la vida cuando la vivís a fondo. Te pasan cosas todo el tiempo y te podés reir de vos mismo.

La vida es maravillosa y cruel... Es maravillosamente cruel y cruelmente maravillosa.
Tambièn es profunda, seria, y por momentos hilarante. Yo diría con seriedad que es profundamente hilarante e hilarantemente profunda.

El dolor duele pero enseña. La risa es festejo después del dolor; es la cresta de la ola del aprendizaje, asì como la exhalación, en el proceso de respirar para vivir, es experiencia que sale hecha aire.

Quién lo hubiera dicho?
Si no te contara que eso me ocurrió a mì, creerìas que lo viste una tarde en el cine comiendo pochoclo.
Pero la vida es asì. La ficción es realidad.
Nada mas lejano de la realidad que creer que la ficción es ficción.
¡Eso es ficción!: creer en la ficción. A mi me pasó. No me lo contaron. Fue real.

Muchos hubieran convertido mi experiencia en un juicio contra los desaprensivos, los descuidados, los olvidadizos, los distraídos, los apurados, los informales. Pero yo no. A mí me dio risa. Me causó mucha gracia. Y no tuve que pagar una entrada al cine para reirme. Me reì de mi mismo. Gratis. Hollywood no invirtió 20 millones de dólares en un comediante taquillero. El actor principal fui yo. El co-protagònico lo tuvo mi hija.

La escenografìa no hubo que pagarla: ya estaba armada. Era real. Magnífica. No tenìa nada que envidiar a una producción millonaria norteamericana o europea. El Hospital donde transcurrió este gag es real; existe. Està aquì en Buenos Aires y es uno de los màs importantes de Argentina. Todo el set para mi. Cientos de “extras” iban y venìan esa mañana vestidos con sus delantales blancos de mèdicos, enfermeras o camilleros.

Cientos de extras se vistieron de pacientes. Habìa gente de todas las edades y clases sociales dando vida al hospital especialmente para esa escena desopilante.

Yo estaba allì, entre ellos, en la sala de espera. El Director de esta pelìcula, luego de hacer recorrer con la càmara todo el hospital para mostrar el frenesì diario de cada mañana, cortò la escena general con mi figura. Al lado mìo, mi hija.

De pronto el mèdico que nos llama y nos hace pasar. La revisaciòn iba a ser de rutina. Un chequeo a cada uno ... y vuelta al ruedo!

Pasamos. Nos saluda y comienza a leer un “file” en su computadora. La pantalla està a la vista. Llaman al doctor por una urgencia, y mi hija y yo quedamos solos sonriendo con complicidad, agradeciendo a la vida estos momentos que nos da para estar juntos, disfrutándonos mutuamente en el consultorio de un hospital mientras otros boludos “descansan” amontonados como sardinas en la costa, o toman distancia entre sì con frialdad frívola en una playa top de Uruguay, el Caribe o del Brasil sofisticado. Nada se compara con estos minutos en el hospital con mi hija.

Yo estoy de jean rotos, relajado, despeinado, de vacaciones en serio! Mi hija está preciosa -como su padre!- compartiendo esta felicidad. En la espera, clava su vista en la pantalla de la PC. De repente, exclama con asombro, riéndose: “Mirà lo que dice, JAJAJAJA!”
-¿Què?, pregunto.

Y lee: “El paciente cuenta que mantuvo una relación sexual con una amiga, que le practicò sexo oral, y que al dìa siguiente amaneció con erupciones en su lengua... JAJAJAJA! Què asco papà!” exclama.

-“No hay que leer eso!” le respondo. “Son historias clìnicas privadas; el doctor olvidò cerrar el archivo”, le explicaba con una pretendida seriedad que no podìa sostener. La lectura de mi hija y su tono me causaban mucha gracia. La forma en que se describìa el hecho en la historia clìnica tambièn.

--“JAJAJAA! Pero este tipo es un asqueroso! Mirà todo lo que le hizo,!” decìa mi hija mientras desobedecía mi recomendación de dejar de leer...

En ese momento, el recuerdo me traslada en el tiempo... No habìa sido una mala noche para nada con “D”. Es más: nunca le dije a “D” lo que me habìa pasado, porque cuando supe que no era nada malo, preferì mantenerlo en reserva para no arruinar todo lo que vivimos y disfrutamos haciendo el amor, abrazándonos, tocándonos, emocionándonos juntos, gozándonos. Para disimular frente a mi hija, tratè de “no hacerme cargo” de lo que leía, bajarle interés al episodio hasta que ......

-“¡Papá! Este tipo sos vos! Aquì está tu nombre!”

No pude evitar reirme por la situación. Entre risas se lo neguè. Le expliquè que mi nombre estaba a la izquierda de ese relato. Que la pantalla estaba dividida, que el nombre de la persona del sexo oral estarìa màs arriba pero no podemos ver eso porque es un delito. Mi hija reìa cada vez màs fuerte y yo no podìa dejar de contagiarme con su risa. Pese a ser el actor principal en este gag, por momentos me colocaba como espectador de la escena y no podìa parar de reìrme y disfrutar lo que veìa desde mi butaca imaginaria.

De repente llegò el doctor y mi asiento de cine volvió a ser la silla de un paciente en un consultorio. Tuvimos que contener por unos minutos nuestras carcajadas. El doctor mirò la pantalla y rápidamente la cerrò con culpa. Nos revisò. Nos dijo que los dos estàbamos bien. Volvimos a explotar en risa. Y el doctor quedò sorprendido: jamás habìa visto una expresión de alegrìa tan demostrativa ante el buen resultado de un chequeo de rutina.

Nos retiramos, por supuesto, cagàndonos de risa mientras yo seguía intentando convencer a mi hija de que ese hombre del sexo oral no habìa sido yo.

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