domingo, 25 de marzo de 2007

MI AMOR A WOODY ALLEN

Cuando Lucila se mudó a "casa de papá" tenía apenas 11 años.
No fue fácil para ella hacer aquel cambio. No porque no deseara estar conmigo (ya entonces era muy claro que nuestro amor estaba sellado para siempre), sino porque le era muy doloroso alejarse de su madre.

Lo cierto es que mi “cosita tierna”, mi “dulce de leche”, mi “cuni-cuni”, mi “apucheku”, mi “todas-esas-cosas-lindas-que-aún-con-15-años-le-sigo-diciendo”, venía a vivir conmigo, aunque por protecciòn acordamos decirle en aquel momento que era solamente hasta que “mamá se organizara mejor”.

Así fue como mi “piojita” se trajo todas las cosas a “casa de papá”, que por cierto siempre estuvo bien preparada para su permanente presencia, por lo que desde el punto de vista personal no había que hacer ningún cambio particular en mi organización doméstica.... Bueno, al menos eso es lo que inicialmente creí....

...............................

Recuerdo perfectamente nuestro diálogo aquel día (habìamos terminado de acomodar su ropa en el placard, de poner libros y juguetes en distintos estantes y de guardar las valijas):
-¿Listo mi amor? ¿Terminamos no?
-No papá falta algo... -dijo Lucila con mucha tristeza e incomodidad.
-Pero solcito, si no quedó nada en las valijas ... y creo que habías puesto todo, no?
-Todo no papá..... Falta.... ehh eh... falta.... Woody....
-contestó con timidez.

..............................................

Lucila sabía que yo no quería animales en mi departamento.
Por eso estoy seguro de que había elegido jugar esa carta al final de su mudanza. Mostrarla en la primera mano hubiera podido “asustar a papá”, lo que le hubiese generado una gran culpa toda vez que me había visto completamente dedicado a ayudarla a superar la situación dolorosa que atravesaba.
Pero el amor es siempre mas fuerte. Y Woody, realmente faltaba.

................................................

-No Lucila! Sabès que yo no quiero vivir con perrros! Ensucian la casa y hay que cuidarlos..!
-Papá! No es un perro! Es Woody!
–me contestó con firmeza y con una convicción tal que antes de responder necesité volver a recordar cómo era Woody para certificar desde mis recuerdos que efectivamente estábamos hablando de un perro....
-Lucilaaaahh.... Woody es un perro! -repliqué.
-Un perro es un perro y Woody es Woody!! –me respondiò enojada- Y ademàs es mi hermano! .Y completó llorando: “Si no viene Woody, yo me vuelvo a casa de mamá!!.. Lo amo! lo extraño! No puedo vivir sin él! Y él me ama y va a estar triste sin mi..!!”

Desde luego que tuve que ceder.
Solo alcancè a negociar una semana para organizarme, lo cual no fue un mal arreglo considerando que Lucila estaba en una posiciòn tan intransigente como la de Tabaré con las papeleras.

-Yo lo voy a cuidar -aclaró, esta vez con menos convicciòn.

De todos modos, yo sabìa cómo iba a ser esto, así que rápidamente me puse a planificar mi nueva vida. Contacté a la madre de Lucila quien me dijo que una guardería para perros era una soluciòn para cuando yo viajara. Hablé con Julita, la señora que trabaja en casa, una persona tan buena y tan noble que sabía que me daría una mano: Julita se comprometiò a pasearlo dos veces por dìa para que hiciera sus necesidades. Arreglè con Lucila que el lugar de Woody serìa el lavadero y que mi cuarto era ZONA PROHIBIDA y los centinelas harìan fuego contra Woody si intentaba intrometerse en èl, y le aclarè que no ponìa alambre de púa electrificado en el contorno de la puerta porque era peligroso para nosotros: “No quiero olor a perro en mi cuarto...” reafirmè. “¿Està claro?” . Lucila volvió a insistir: “No es olor a perro, es olor a Woody, mi bebè!!! Mi hermanoooo!!!"

........................................................

Una semana mas tarde había llegado el momento esperado (...esperado por Lucila) .
Recuerdo ese día como nunca.
Woody es un cocker spaniel dorado. Su nombre completo es Woody... Woody Allen, en homenaje al famoso actor-director norteamericano. Su pelo brilla como cobre recièn lustrado y su mirada es la cosa mas tierna del mundo.

Cuando llegò, entró como una tromba por la puerta de servicio directo al cuarto de Lucila desde donde le llegaban los olores más familiares. Lucila lo abrazò con un amor incomensurable mientras le decìa “mi bebé” y Woody no podía ser más feliz. Movìa desesperadamente lo poco que le quedaba de su rabo. Ese perro -con perdón de Lucila- se retorcìa de tanta felicidad que parecía que en cualquier momento su cuarto trasero completarìa un giro de 360º.

-¡Woooooody! ¡Ese es papaaaaaaaaaá....!, dijo Lucila rebozante de alegrìa presentándome a su hermano menor... es decir, mi nuevo e inesperado hijo.

Woody se sentò mirándome fijo, estudiándome, como esperando una caricia, un gesto, algo... Me dí cuenta que quería conquistarme y que sabía muy bien que yo era la persona más importante en esa casa para la persona más importante para èl. Esa actitud espontánea, inteligente y sentimental me desacomodó por un momento. Sin embargo, pude mantener con esfuerzo mi línea. Me parè en la puerta de mi cuarto, le clavè una mirada, y lo recibí con la siguiente advertencia: “Woody!! Acà NO! NO!!. Entendiste? Este es mi cuarto. Acà NOOOO!!!!” Y Woody respondiò saltando con alegrìa sobre mi, mientras yo incòmodo intentaba sacàrmelo de encima. Lucila estalló en risas mientras observaba la escena con total alegrìa. Avizoraba –sin duda-una relaciòn inminente de amor bajo la coraza que yo intentaba interponer.

.........................................................

El primer dìa que regresè del trabajo, con Woody en casa, fue traumático.

Lucila no estaba. Y cuando ingresé al departamento ví en el suelo pedacitos de cartòn o algo que parecìa carne masticada o cuero...

Ante mi cara de espanto, Woody, que habìa asomado su cabeza de forma inclinada balanceando sus doradas y enormes orejas para verme, decidiò meterse en su refugio y huir sin hacer ruido de un modo sospechosamente culposo.

Los pedacitos de cuero masticado me iban conduciendo a mi cuarto... Esto por cierto habìa empezado a inquietarme. Cuando llegué a la puerta de mi habitaciòn, vi lo que habìa sucedido: el muy desgraciado habìa tomado un par de zapatos nuevos mìos y los había masticado hasta despedezarlos ...

Lo querìa matar!! Lo llamè y vino compungido, con cara de pedir perdón, sabiendo que habìa hecho algo malo, pero al mismo tiempo (puedo decir hoy) reivindicando su acciòn como un llamado de atenciòn a mí... Recordando lo que mi hija me habìa dicho (“Papá, prometeme que si alguna vez te enojás con Woody no le vas a pegar ni tirar nada duro, si?, usá un diario pero despacito... por favor!!!) cumplí con ella (sólo respecto a lo de usar un diario) y descarguè mi furia y bronca hecha gritos a “Clarinazos” sobre la perrunidad de Woody.

Woody disparó a su cucha en el lavadero, yo lo seguí y continué mi tarea por unos cuantos minutos mas, gritándole y mostrándole mis desgarrados zapatos. Cuando vi que el pobre ya no podìa enrrollarse ni achicarse mas, decidì que ya era suficiente y retornè a buscar los pedazos restantes de zapatos para tirar todo a la basura.

Al rato llegò Lucila, que -por supuesto- al contemplar la escena y conocer lo que habìa pasado fue directamente a abrazar a Woody.
-Mi bebeeé! Qué pasó? Ya vas a aprender. Papá se enojó pero es bueno y te va a querer. Papá! Perdonalo, es porque no sabe todavìa como manejarse con vos, pero el te quiere. Pobrecito... no vayas mas al cuarto de papá...-terminó aconsejando Lucila a su” hermano”.

En una palabra, estaba claro que la bestia ignorante que no habìa interpretado el mensaje de Woody era yo.

....................................................................

Lo cierto es que después de aquel episodio, Woody nunca mas se metiò en mi cuarto.

Con una disciplina absoluta, de a poco fue soltàndose conmigo cada vez más, y con su inteligencia -que segùn Lucila era superior a la mìa- me fue domesticando.

Yo, sin darme cuenta, empecè a caer rendido ante su estrategia: la coraza que me habìa puesto habìa comenzado a deteriorarse e iba cayendo de a poco.

Woody me recibìa al llegar del trabajo con una alegrìa que nunca pudieron transmitirme mis mejores parejas, y mientras yo me sacaba la ropa de trabajo y dejaba el maletín en un sillòn, él saltaba a mi paso en derredor mio hasta que yo ingresaba a mi cuarto: allì el santo clavaba los frenos y desde el límite exacto de la puerta abierta me miraba con ternura y amor mientras yo terminaba de desvestirme.

Esos ojos nublados de làgrimas, esa carita expresiva que giraba levemente haciendo que sus orejas bellisimas colgaran pesadamente, fueron conquistándome poco a poco..

En los primeros `dìas atiné a decirle: “Bien Woody, asi me gusta, que entiendas los limites, que no se entra a mi cuarto, ahora vaya a su cucha y déjese de joder.” Y del cuarto de Lucila se escuchaba: “Papaaaaá! Maaalo! No te das cuentas que quiere mimos!!
-Dáselos vos que es tu perro! -le decía siempre yo . “No lo toco porque me lleno de olor!
-Papaaá! –se quejaba Lucila, mientras procedìa con sus mimos a llenar el vacío que yo le dejaba al obediente animal.

..................................................................

Pero mis diálogos con Woody iban evolucionando.

Su fidelidad, su comprensiòn, su lealtad, su inteligencia y su gran comportamiento, terminaron por derribar cada una de mis defensas:

-Bien Woody! Asi me gusta bebé ...
Cuando le dije “bebé”, Woody casi traspasó la frontera sagrada que divide el hall y mi cuarto por la incontenible alegrìa que le provocò mi caricia verbal. Sólo mi mirada inquisidora lo mantuvo a raya a pesar del envión de su cuerpo, y en reconocimiento a su actidud salí al hall a hacerle unos mimos.

Lucila, desde su cuarto, disfrutaba como nunca ese momento. Se reía a carcajadas y me decìa: “Reconocè que lo querés papá!! Reconocelo y decìselo!!”. Asì lo hice y desde ese momento mi amor a Woody quedó sellado para siempre y fui más feliz.

..................................................................

Desde entonces mis llegadas del trabajo eran una fiesta: ”¡Woooody, bebeeeé, bonitoooo!”. Mimos ,cuerpo retorcièndose, saltos, corridas que siempre terminaban con su ya clásica frenada clavando sus pezuñas en la alformbra justo en la frontera del hall y mi cuarto, para observar, desde allì, còmo me cambiaba y recibir luego su merecida segunda sesiòn de mimos.

...........................................................


....Cada tanto la mirada de Woody, melancólica, tierna, profunda y cariñosa se me aparece fantasmagórica en forma recurrente y en cualquier parte.

Lo extraño y sufro.

Lo extraño y fui yo mismo quien pidió que se lo lleven.

Imagino también que el está sufriendo tanto como yo. Y que no entiende lo que pasó y que jamás lo entendería porque es demasiado noble e inteligente como para comprender tanta brutalidad. Y eso es mucho para mí. Me hace muy mal...

Jamás en mi vida se me había ocurrido que el amor por un perro podía ser tan fuerte.

Amo a Woody y sé que él me ama, por eso no puede entenderse tanta irracionalidad de mi parte. Pero “soy humano, demasiado humano” -parafraseando a Nietzche- y creo que mucho tenemos que envidiar a la bondad de los “Woodyies” que andan por el mundo (permítanme que no generalice con el genérico “perros” -mi hija tiene razón-).

Esta vida humana, tan maravillosa en muchos aspectos, tiene costados inadmisibles, brutales: el stress que tenìa corriendo detrás del trabajo, del colegio de mi hija, de los mèdicos, los viajes laborales, y otras obligaciones, justificaron en algùn punto mi decisiòn mutilante, desgarradora de entregarlo a una buena familia que pudiera ocuparse de él. Esta es la razón humana, no perruna, de semejante decisiòn. Una “animalada” por cierto.

Intento algo de consuelo esforzándome en creer que no estuve mal. Sin embargo, como si me resistiera internamente a su ausencia, postergo en forma permanente la pintura de las dos puertas de la cocina que Woody rasqueteó y despintò cuando pedìa que le abrieran. Guardo además su shampoo y algunos elementos de la malcrianza que le dì en los ùltimos tiempos que estuvo con nosotros. En mi casa de fin de semana, tengo aùn alimento para perros y su cucha permanece vacìa debajo de la pileta del lavadero, su lugar, esperándolo....

Cuando veo estas cosas, suelo hablar sólo para mì y decir en voz alta y con emoción: “¡Mi bebé, bebeeé, bebitooo!!”. La vez que Lucila me escuchó, lloramos juntos sin consuelo echándonos la culpa mutuamente.

“¡Mi bebeeè!”... Muchas veces tengo la ilusiòn de que tal vez ese mimo lanzado al aire acaricie su alma. A veces sueño con ir a buscarlo, pero no me animo.

Su carita con sus ojos me miran permanentemente aunque no estè. Sus orejas caìdas, su reclamo de amor golpea mi corazón dejando una herida que sé que jamás voy a cerrar.

¿Cuál es el motivo de esta estúpida racionalidad humana?!!

No tengo respuesta alguna para mí ni para mi hija más que el dolor...


GTA
____________________________________
NOTA: Sé que el talentoso actor y director de cine norteamericano Woody Allen debería sentirse muy agradecido por llevar el mismo nombre de mi Woody.

sábado, 24 de marzo de 2007

SORTE GRANDE

"A minha sorte grande,
Foi você cair do céu,
Minha paixão verdadeira.
Viver a emoção,
Ganhar seu coração,
Pra ser feliz a vida inteira...

É lindo o teu sorriso,
O brilho dos teus olhos,
Meu anjo querubim.
Doce dos meus beijos,
Calor dos meus braços,
Perfume de jasmim...

Chegou no meu espaço,
Mandando no pedaço,
O amor que não é brincadeira.

Pegou me deu um laço,
Dançou bem no compasso,
Que prazer levantou poeira.
Poeiraaaaaa...
Poeiraaaaaa...
Poeiraaaaaa...
Levantou poeira!
Poeiraaaaaa...
Poeiraaaaaa...
Poeiraaaaaa...
Levantou poeira!"

Ivete Sangalo

____________________________________

Dulzura y ternura,
¡copo de algodòn!
Cordura y locura,
de mi corazón!

.............................

Ver brillar mis ojos
en el brillo de los tuyos,
Sentir que la vida empieza con vos.
Bailar brasilero en tango argentino
Cantar con Ivete aquella canciòn.

Tus manos, mis manos,
tu cara y la mìa
Tu vino, mi vino,
y una noche de alcohol
Liberar apenas un dolor escondido
Hasta llegar tibiamente donde esta el amor.
Recorrer tus mejillas con lágrimas mías
Sentir en mis ojos tu mismo dolor.

Bariloche derrite con sol brasilero
nieves blancas tristes de alcohol
Me hice paulista desde que nos vimos,
Y canto los tangos en portuñol.
Brasil y Argentina
están mucho mas cerca,
Los une un gran puente...
un puente.. de amor!

_________________________________

("Poeira", tu paso por mi vida "levantou poeira”)
.

domingo, 18 de marzo de 2007

EL QUE QUIERE CELESTE...

El que quiere Celeste que le cueste.
Y este es el precio que tuve que pagar...
...por Celeste.

Primero me censuraron. Me callaron.
Me bajaron del estrado donde mis fieles acudieron a escuchar mis sabias palabras.

Me obligaron a claudicar.
Políticamente me cercaron.
Socialmente me rodearon.
Y me insuflaron superioridad europea hecha empresa.

Fue un dìa desgraciado para mi libertad.
Fue una derrota estremecedora para mi alma: los poderosos pudieron con mi poder.

Sentì que nunca antes había perdido en mi vida y siento que inconscientemente quise hacerlo para probar el sabor de los derrotados eternos... para ver si en la falencia hay algún aprendizaje posible.

Tal vez, por eso aquella noche resultò mas larga de lo deseado.
Tal vez por eso aquel vino se extendiò mas de lo esperado.
Y tal vez, tambièn -por lo mismo-, aquella cerveza, aquel bar, y aquel tango, sólo hayan servido para confirmar que el ùnico destino posible para mi alma está en mi alma.
De allì mi dolor...

El que quiere Celeste que le cueste.
Y Celeste lo marcò todo el tiempo: “No sé dónde voy, pero sé cuál es el precio”. Pero el sistema cierra de este modo -y muy bien- para los inútiles exitosos que acuden en su ayuda: ganadores perdidos, sensibles neutralizados, ejecutivos burocráticos, buròcratas apurados, experimentados precoces, soberbios achicados, grandes enanecidos, fachos ablandados, tímidos entorpecidos, idiotas idiotizados.

Celeste los conoce bien. Les vende lo que tiene con falso respeto.
Les pone los lìmites (ademàs del precio) y allì caen como moscas: verdugueados, vapuleados, aturdidos, atrapados, adictos, engañados, defraudados, pisoteados, ninguneados, limitados, idiotas...más idiotizados.

El que quiere Celeste que le cueste.
Y Celeste cobró mejor que nunca. Y yo paguè mi primer batalla perdida.
Mi alma agradece que me haya hecho cargo, que haya considerado en algún punto que la lección tiene su precio y la docencia merece siempre ser bien recompensada.

Finalmente, con Celeste compartí por un rato el increíble espectáculo de la idiotez.
Fui su socio por unas horas.
Fui su còmplice, y no su amante.
Fui mis ojos en sus ojos.
Fui su luz y su descanso.

El que quiere Celeste que le cueste...
Y Celeste... sí, celeste, son mis ojos... mero reflejo de mi alma.
___________________________________________________
Buenos Aires (más Buenos Aires que nunca!!), 18 de marzo de 2007.-