domingo, 18 de marzo de 2007

EL QUE QUIERE CELESTE...

El que quiere Celeste que le cueste.
Y este es el precio que tuve que pagar...
...por Celeste.

Primero me censuraron. Me callaron.
Me bajaron del estrado donde mis fieles acudieron a escuchar mis sabias palabras.

Me obligaron a claudicar.
Políticamente me cercaron.
Socialmente me rodearon.
Y me insuflaron superioridad europea hecha empresa.

Fue un dìa desgraciado para mi libertad.
Fue una derrota estremecedora para mi alma: los poderosos pudieron con mi poder.

Sentì que nunca antes había perdido en mi vida y siento que inconscientemente quise hacerlo para probar el sabor de los derrotados eternos... para ver si en la falencia hay algún aprendizaje posible.

Tal vez, por eso aquella noche resultò mas larga de lo deseado.
Tal vez por eso aquel vino se extendiò mas de lo esperado.
Y tal vez, tambièn -por lo mismo-, aquella cerveza, aquel bar, y aquel tango, sólo hayan servido para confirmar que el ùnico destino posible para mi alma está en mi alma.
De allì mi dolor...

El que quiere Celeste que le cueste.
Y Celeste lo marcò todo el tiempo: “No sé dónde voy, pero sé cuál es el precio”. Pero el sistema cierra de este modo -y muy bien- para los inútiles exitosos que acuden en su ayuda: ganadores perdidos, sensibles neutralizados, ejecutivos burocráticos, buròcratas apurados, experimentados precoces, soberbios achicados, grandes enanecidos, fachos ablandados, tímidos entorpecidos, idiotas idiotizados.

Celeste los conoce bien. Les vende lo que tiene con falso respeto.
Les pone los lìmites (ademàs del precio) y allì caen como moscas: verdugueados, vapuleados, aturdidos, atrapados, adictos, engañados, defraudados, pisoteados, ninguneados, limitados, idiotas...más idiotizados.

El que quiere Celeste que le cueste.
Y Celeste cobró mejor que nunca. Y yo paguè mi primer batalla perdida.
Mi alma agradece que me haya hecho cargo, que haya considerado en algún punto que la lección tiene su precio y la docencia merece siempre ser bien recompensada.

Finalmente, con Celeste compartí por un rato el increíble espectáculo de la idiotez.
Fui su socio por unas horas.
Fui su còmplice, y no su amante.
Fui mis ojos en sus ojos.
Fui su luz y su descanso.

El que quiere Celeste que le cueste...
Y Celeste... sí, celeste, son mis ojos... mero reflejo de mi alma.
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Buenos Aires (más Buenos Aires que nunca!!), 18 de marzo de 2007.-

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